jueves, 7 de marzo de 2013

El síndrome del candidato natural


Nota de Pablo Mendelevich, para el Diario La Nacion, fechada el 1 de diciembre de 2002
Historia: el justicialismo y sus fórmulas presidenciales

Bajo el síndrome del candidato natural

La historia de las internas peronistas apenas se remonta a 1989

A menudo ese mojón, el del 9 de julio de 1988, es reverenciado en el peronismo como modelo de interna. Aunque es menos frecuente que se indique su carácter solitario. El dúo que ahora estremece a la política con su disputa incombustible le ganó entonces a otro dúo que formaban Antonio Cafiero y José Manuel de la Sota, que a su vez habían integrado con Menem, poco antes, el elenco fundacional de la exitosa Renovación. Pero la interna de 1988 también es recordada por otro motivo: para muchísimas personas de las que observan la política acariciándose el mentón con gesto de entenderla, el favorito era el dueño del "aparato", Cafiero, un político convencional cuya previsibilidad contrastaba con las evanescentes promesas nacionalistas del simpático y extravagante riojano. Fue un shock importante cuando Menem-Duhalde se convirtió a fuerza de votos, hace 14 años, en la quinta fórmula presidencial de la historia justicialista.
La primera fórmula, claro, tiene la edad del peronismo. En el verano de 1945-46, después del basamental 17 de Octubre y antes de las elecciones del 24 de febrero, la candidatura de Juan Domingo Perón estaba sostenida por el flamante Partido Laborista y la Unión Cívica Radical Junta Renovadora, además de algunos conservadores y nacionalistas. Desde luego, nadie iba a disputarle a Perón el liderazgo del movimiento que él acababa de fundar con una receta que transfería códigos militares al juego político. El Partido Laborista quería que el candidato a vicepresidente fuera Domingo Mercante, que terminó siendo gobernador de la provincia de Buenos Aires. Perón prefirió a Hortensio Jazmín Quijano, un abogado de origen radical que venía de ser ministro del Interior del régimen de facto. El 23 de mayo, como presidente electo, Perón ordenó la disolución de los partidos que lo habían encumbrado y creó el Partido Unico de la Revolución Nacional, a la vez que exaltaba el movimientismo.
Cuando llegó 1951 fue el Consejo Superior del Partido Peronista, desde el punto de vista formal, el que propuso la fórmula Perón-Perón. Dentro del oficialismo la continuidad del presidente, que disponía de un inmenso poder público y de todo el poder partidario, no ofrecía dudas. Era "el candidato natural", expresión poco amigable con la democracia partidaria que el peronismo agregó a partir de ese momento a su léxico cotidiano. Como Evita no pudo ser vicepresidenta, al final la reelección salió completa: Perón resolvió repetir la fórmula con Quijano.
El mismo mecanismo, la voluntad unívoca del líder, se aplicaría en 1972. Perón catapultó a la Casa Rosada a su delegado personal, Héctor Cámpora, y le puso de segundo al conservador popular Vicente Solano Lima, de modo que la tercera fórmula justicialista -la única sin Perón estando Perón vivo-, también fue mixta y a dedo. Quedó consagrada en el hotel Crillón el 15 de diciembre, mientras el caudillo dejaba Buenos Aires para visitar en Asunción a un viejo amigo, el dictador Alfredo Stroessner. En esas oportunidades, el líder mantenía una ficción de prescindencia. Casi siempre era en congresos donde se simulaba resolver la suerte partidaria. La doble instancia -real y nominal- en la toma de decisiones no complicaría tanto a los peronistas como a los historiadores. Aún hoy se discute el trámite que tuvo en el Teatro Nacional Cervantes, el 4 de agosto de 1973, el congreso que consagró, por fin, la fórmula Perón-Perón, si bien con la tercera esposa del general y no con la venerada Evita. Perón fue allí candidato por aclamación -para eso habían renunciado el presidente y el vicepresidente de la República-, pero la incógnita fue, de nuevo, la vicepresidencia. Un delegado propuso a Isabel y un sobreentendido la anotó en la historia: todos pensaron que eso era lo que quería el líder, quien, como de costumbre, no participaba del acto.
Muerto Perón, el grado de verticalismo fue divisor de aguas. Hubo verticalistas, antiverticalistas y ultraverticalistas, reconocibles estos últimos por su costumbre de referirse con engolada devoción a la "señora presidenta". Unos pensaban que el apellido Perón tendría suficiente magnetismo como para superar el vacío dejado por el líder, algo que no ocurrió, y otros, que era necesario crear mecanismos que organizaran la formidable herencia política, cosa que tampoco ocurrió.
Pasaron diez años desde la inscripción de la fórmula Perón-Perón y llegó la fórmula Luder-Bittel. Italo Argentino Luder, el primer candidato a presidente del peronismo sin Perón y el primer peronista que perdió una elección presidencial antes de Eduardo Duhalde, fue seleccionado en 1983 por un reducido grupo de dirigentes hegemonizados por Lorenzo Miguel, virtual capitán del barco. Como jefe visible actuaba entonces el chaqueño Deolindo Bittel. El justicialismo todavía estaba lejos de confiarse a la democracia interna. Que en su seno persistía cierto grado de confusión lo prueba el hecho de que a Miguel se le hizo necesario desmentir que Emilio Massera pudiera ser el candidato peronista. A diferencia de otros dirigentes (precandidato de hecho era, como siempre, Cafiero, y también estaban Angel Robledo, Raúl Matera y Vicente Leonides Saadi), Luder no tenía su propia línea interna. Quienes lo patrocinaron creyeron que iba a serle útil en las urnas su aspecto doctoral para seducir a los sectores medios no peronistas. Primero se especuló con la fórmula Luder-Ruckauf. Después, Luder-Grosso. Finalmente, la sociedad con Bittel fue consagrada en un congreso de menú fijo, tras unos cuantos tropiezos partidarios, el 5 de septiembre de 1983, en esa ocasión en el Teatro Cómico.
A diferencia del intervalo anterior -cuando el peronismo no consiguió superar la disciplina vertical administrada por el caudillo-, los seis años que separaron a la quinta fórmula presidencial justicialista (Luder-Bittel) de la sexta (Menem-Duhalde) resultaron los más ricos en transformaciones. Como reacción a "los mariscales de la derrota" de 1983 y cuando la participación popular era cortejada cada día por el discurso del alfonsinismo, la Renovación sacudió el anquilosamiento del peronismo con la novedad de la democracia interna. Hubo un cismático congreso en el teatro Odeón, en Corrientes y Esmeralda, y el peronismo pasó una temporada revulsiva, que parecía confrontar más métodos que ideas.
Lo de "ir por afuera", que hoy tanto suena, remite etimológicamente a 1985, cuando Cafiero y Menem decidieron desafiar al aparato partidario controlado por Herminio Iglesias y se presentaron a las legislativas con boleta propia. La interna peronista se resolvió el día de la elección general. Fue notable: los renovadores triplicaron al Frejuli, envase del Partido Justicialista oficial. En 1987 la Renovación llegaría al clímax como responsable de una singular antesala de retorno del peronismo al poder: 14 provincias -entre ellas la de Buenos Aires, donde ganó Cafiero- pasaron a ser administradas por el partido opositor a nivel federal. De Isabel no se habló más. Saadi cayó. Y en el PJ se instalaron nuevas autoridades: presidente, Cafiero; vicepresidente, Menem. Los dos renovadores que iban a medirse al final de la década.
La séptima fórmula, también encabezada por Menem, respondió al reflejo del candidato natural. Igual que a mitad de siglo, no abundaron en 1995 los rivales tentados de disputarle la candidatura presidencial a un líder que acababa de organizar nada menos que una reforma constitucional para habilitar su propia reelección: no hubo interna ni nada.
Reelegido gobernador el 14 de mayo de 1995 con el 56 por ciento de los votos, Duhalde creyó que él era el candidato natural para suceder a Menem. Menem pensaba igual, aunque respecto de sí mismo. El combate duró años y envolvió a las instituciones de la República tal como ahora con el menjunje de elecciones internas y generales. Cual caudillos provinciales del siglo XIX adaptados a la democracia, Menem y Duhalde no desenvainaron los facones, sino que se amenazaron recíprocamente con plebiscitos (sobre la "re-re") en sus respectivos feudos.
Duhalde-Palito Ortega, octava y última fórmula hasta hoy, fue la más vulnerable. Y no porque Palito hubiese arrancado con el lapsus de anunciar que su compañero se llamaba Eduardo Menem, sino por la cantidad de veces que se habló de que tanto el candidato a presidente como el candidato a vicepresidente serían reemplazados, en plena campaña, uno por Carlos Reutemann y el otro por Domingo Cavallo. El día que el PJ oficializó la fórmula única se puso en el acta partidaria que otras dos fórmulas aspirantes (Daniel Sarwer-Pablo Velázquez y Juan Mussa-Tomás Assad) no tenían "seriedad" suficiente para ser tenidas en cuenta. Menem, después de tanto insistir, no se presentó. Había comprendido a esa altura que, si era candidato por tercera vez consecutiva, la violación constitucional le podía causar contratiempos. .
Por Pablo Mendelevich 
Para LA NACION

3 comentarios:

Socrates Demente dijo...

en el Oeste se reconoce a Omix como el vaquero mas piantavotos del condado de Morón

Anónimo dijo...

ESTE DOLAPE SIEMPRE LABURANDO PARA EL ESTABLISHMENT...
ME DIVIERTE COMO ARTEMIO LO HACE PURE CUANDO LO CRUZAN EN TV...

Durán Barbarella dijo...

1) El nuevo diseño del blog es una garcha.

2)No te juzgo por ser un melón que se acomoda, pero al menos esperá a que el carro empiece a andar.

3) El martes falleció Chávez. Una mención o un comentario a favor o en contra no va a dirimir la interna. No tengas miedo,hablá.

4)Le estarán llegando mis honorarios a sus oficinas o a la plaza donde juega a las bochas en el transcurso de la semana.

saludos cordiales.